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Capítulo 30

Señaló a las dos personas que se peleaban ferozmente, y ordenó, —¡Rápido, sepárenlas! Las sirvientas no se atrevían a intervenir, pero justo en ese momento, dos hombres que habían escuchado el alboroto entraron corriendo a la habitación. Al ver a Leticia encima de Lourdes, ambos hombres se apresuraron hacia ellas. La explosión de fuerza de su esposa sorprendió una vez más a Pedro. Ella no solo tenía una lengua afilada, sino que también era fuerte cuando se lo proponía. Pedro corrió hacia Leticia. Siendo hombre, no tuvo problema en tomarla por la cintura, envolviéndola con fuerza y alejándola de la escena. Al mismo tiempo, Raúl, el alcalde, se apresuró a levantar del suelo a su esposa, preguntándole preocupado, —Lulu, ¿estás bien? Pedro bajó la mirada hacia la muchacha que lloraba en sus brazos. Las lágrimas calientes de Leticia se deslizaban por sus pestañas y caían sobre el dorso de su mano. Ella, sorprendentemente, estaba llorando. Don Fernández golpeó el suelo con su bastón y gritó,

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