Capítulo 1 Descendiendo de la montaña para anular el compromiso
—¿Asi que tú eres el prometido que mi abuelo eligió para mí?
Frente a la Catedral del Cielo Eterno, en la Montaña de la Luna Dorada.
Simón Ramírez miraba con cierta extrañeza a la lindísima mujer que posaba frente a él: vestía una falda ajustada, tenía la cintura delgada, caderas pronunciadas, un cuerpo bastante sensual, unos ojitos brillantes y dientes perfectos, con facciones increíblemente delicadas.
—¿Y tú eres?
—¡Yo soy tu prometida, Mónica Delgado, líder de la Corporación Azul Celeste!
¿Prometida?
Simón lo pensó un momento. Su difunto abuelo efectivamente le había mencionado que tenía un compromiso matrimonial arreglado desde hacía un tiempo.
—¿Vienes para casarte conmigo?
—¿Casarme? ¿contigo? ¿un tipo insignificante que vive en una montaña remota? ¿con alguien pobre y feo?
¡Cada una de mis zapatillas de tacón cuesta tres mil dólares! ¡Un vestido mío, cinco mil! ¡Solo en maquillaje y tratamientos de belleza gasto decenas de miles mensuales! ¿Tú podrías llevar ese estilo de vida?
—No puedo... Y tampoco tengo intención de hacerlo.
—¿No piensas hacerlo? ¿O es que no tienes con qué hacerlo? ¡Vine a anular el compromiso! ¡Saca los papeles del matrimonio y devuélvemelos ahora mismo!
Simón sacó la caja que su abuelo le había dejado y, al abrirla, se sorprendió.
¡Quedó completamente atónito!
Su abuelo solo le había dicho que tenía un compromiso, ¡pero no le mencionó que eran varios!
Dentro de la caja había numerosos contratos de matrimonio. En total, ¡nueve!
Simón los sacó y los fue revisando minuciosamente uno por uno. Efectivamente, se encontraba uno a nombre de Mónica.
Lo tomó y se lo entregó.
Al ver el enorme montón de contratos en manos de Simón, Mónica se enfadó y gritó: —¡Desgraciado!
Luego rompió en pedazos el contrato que tenía en las manos y lanzó los restos al aire. Los trozos volaron con el viento.
—El contrato está destruido, el compromiso por fin se anuló. ¡No hay ningún lazo entre nosotros!
Tras decir esto, Mónica se fue con paso firme, sus tacones resonando con cada pisada.
Tan pronto como se alejó, Simón sintió un calor en la garganta y escupió un chorro de sangre.
—¡Guaj...!
Pero no era por el disgusto de haber sido rechazado. Era porque uno de sus siete Canales de Energía Internas ya no podía ser contenido.
Si no encontraba la Flor de Lumbre Divina dentro de un año, la Toxina energética en su cuerpo estallaría y tendría una muerte súbita.
Tenía que bajar de la montaña.
Bajaría a buscar la Flor de Lumbre Divina... Y, de paso, a anular todos los compromisos restantes.
...
Un tren pasaba a toda velocidad por las vías, cuando de repente, una dulce voz se escuchó por el altavoz.
—El tren está por llegar a la estación Altoviento del Valle, por favor prepárense para descender...
Durante todo el recorrido, Simón había estado regulando su energía para mantener a raya la toxina en su cuerpo.
Al aproximarse la estación, se levantó, se estiró y se dirigió al baño.
De pronto, el Medallón del Corazón del Jaguar que llevaba al cuello se soltó y comenzó a rodar por el vagón, terminando bajo un asiento.
Simón se agachó para recogerlo.
—¡Ah!
Un grito agudo lo hizo alzar la vista con sobresalto.
Frente a sus ojos encontró un par de largas y hermosas piernas.
Simón se quedó paralizado, y luego una luz blanca comenzó a parpadear frente a él, cegándolo.
¡Click!
¡Click, click!
Mónica sostenía su celular, fotografiando al "pervertido" bajo ella, registrando todo su "crimen".
Solo cuando terminó y guardó las evidencias, se dio cuenta de que se trataba de Simón.
—¿Eres tú? ¿Qué estás haciendo?
—Se me cayó el colgante. Solo lo estoy recogiendo.
—¿Recogiendo el colgante? ¡Eres un asqueroso! ¿Te dolió que rompiera el compromiso y ahora me estás siguiendo para acosarme?
—¿Seguirte? No tengo el menor interés. Acosarte, menos.
—¿Qué no tienes interés? ¡Arrojaste ese ridículo colgante a propósito bajo mis pies! ¡No creas que no sé lo que estás tramando, maldito!
Simón no se molestó en responder. Metió el colgante en el bolsillo de su pantalón y se dio la vuelta para marcharse.
—¡Detente!
—¿Qué es lo que quieres?
—Te advierto por última vez: nadie debe saber que alguna vez tuvimos un compromiso. ¡Me avergüenza!
Y más aún: no vuelvas a aparecerte en mi vida.
Si vuelves a acosarme, llamaré a la policía. Con solo las fotos de hace un momento, ya tengo pruebas para meterte preso.
—Ridículo.
A la salida de la estación.
Simón cargaba un saco de lona al hombro; Mónica, una bolsa Louis Vuitton de la última temporada. Caminaban, uno delante del otro.
—¿Por qué me estás siguiendo?
Simón giró la cabeza, algo exasperado: —Voy delante, tú vienes detrás. ¿No eres tú la que me sigue?
En ese momento, un Rolls-Royce bicolor se detuvo lentamente frente a ellos. Se abrió la puerta y bajó un anciano con un porte distinguido.
Los ojos de Mónica brillaron y su corazón se aceleró.
¿Leonardo?
Sí, la placa tenía cinco ochos. Era el Rolls-Royce de la familia Sánchez. El hombre era Leonardo, el mayordomo de la casa de los Sánchez.
La Corporación Azul Celeste de Mónica había invertido muchísimo para ser incluida en la lista de evaluación del Grupo Pionero.
La lista definitiva sería publicada la próxima semana.
Leonardo llevaba décadas en la casa de los Sánchez, y era el más confiable de toda la familia. Si lograba establecer una relación con él, la inclusión de su corporación estaría asegurada.
Con gran entusiasmo, Mónica se acercó con sus ruidosos tacones.
—¡Hola, Leonardo! Soy Mónica, de la Corporación Azul Celeste...
Hizo una reverencia de noventa grados, presentándose con la máxima cortesía.
Pero, después de hablar un buen rato, notó con frustración que Leonardo ni siquiera estaba mirándola. La había ignorado por completo.
Su reverencia y presentación habían sido dirigidas... ¡a la nada!
Que el mayordomo de los Sánchez ignorara a alguien era normal. Después de todo, él servía a la familia más poderosa de Altoviento.
Intentando disimular la vergüenza, Mónica se giró con intención de desquitarse con Simón.
Seguro que su mala suerte era culpa de ese hombre insignificante que la seguía a toda parte.
Pero al voltear, vio que Leonardo se acercó a Simón y, ¡le hizo una profunda reverencia!
Mónica quedó perpleja, y rápidamente dio tímidos pasos cortos para acercarse y escuchar.
—Disculpe, ¿usted es Simón... Simón el Divino?
—Pues no soy tan divino. Pero si soy Simón. ¿Y usted?
—Yo soy Leonardo, mayordomo de la casa de los Sánchez. Nuestra señorita me envió a recibirlo. Se llama Sara Sánchez y es su prometida. Ella lo está esperando en casa.
Simón subió al auto y el Rolls-Royce partió, dejando una nube de polvo tras de sí.