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Capítulo 49

Pedro, con una expresión indiferente en el rostro, maniobraba su silla de ruedas con la intención de alejarse. Gisela se apresuró a situarse detrás de la silla: —Señor Pedro, permítame acompañarlo de regreso. Justo después de hablar, escuchó una respuesta fría y cortante. —Vete. Gisela pensó que había escuchado mal, quedándose paralizada en su lugar sin reaccionar. No fue hasta que el sonido de la silla de ruedas se desvaneció en la distancia que su rostro gradualmente se tiñó de ira. Sus puños estaban apretados y su pecho temblaba violentamente; nunca había sido humillada de esa manera. ¡Pedro se había atrevido a tratarla así! En una noche como esa, cuando se encontraron junto a una pintura, ¿no debería haber sentido que era el destino? ¡Maldito Pedro! ¡Ese hombre realmente no seguía las reglas del juego! Gisela, furiosa, regresó a su habitación, pero apenas había abierto la puerta cuando un hombre la abrazó y comenzó a besarla con desesperación. Era Yago. Al pensar que Yago desprecia

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