Capítulo 92
La noche era solitaria, y el sonido del agua cayendo en la ducha era suave y continuo, envolviendo con su calor un cuerpo helado. La joven en la bañera estaba demasiado exhausta para levantar los brazos y se apoyaba en el hombre que estaba sentado al borde de la bañera. Belén, entre sueños, abrió los ojos y observó aquella mano con nudillos bien definidos, adornada con un anillo de plata liso, que sostenía una toalla limpia para limpiar las marcas sucias en su brazo.
Al tocar sin querer una herida, Belén despertó del dolor y sintió a la persona a su lado. —Hermano,
—duele— murmuró.
Oscar, al limpiarla, se detuvo y luego suavizó su gesto. —No aprendes, ¿eh? La próxima vez que te escapes, te romperé las piernas.
Belén estaba demasiado cansada para prestar atención a lo que él decía y se durmió en cuanto cerró los ojos. Había estado huyendo durante días y no había dormido bien en absoluto; cada noche estaba confusa y casi fue arrastrada por el agua cuando saltó, había tenido que esforza
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