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Capítulo 9

A dos días de la fecha de partida, Vicente eliminó y bloqueó a Leticia y a todas sus amigas de las redes sociales. —De todos modos, ella no está interesada en mí. Y para ellas, la verdadera "cuñado" siempre ha sido Pedro. Cuando me vaya al extranjero, ya no habrá razón para mantener contacto con estas personas. —se dijo mientras, con determinación, completaba la tarea. Después de borrar a todos los contactos, Vicente entró a los grupos de chat que había creado o unido por Leticia. Uno por uno, los abandonó sin mirar atrás. Era un esfuerzo por eliminar cualquier rastro de ella de su vida. Luego, se dedicó a empacar. Tras cinco años viviendo en ese lugar, recoger sus pertenencias resultó más complicado de lo esperado. Por suerte, esa mañana Leticia había salido apresurada rumbo a la firma de abogados. Mencionó algo sobre un nuevo caso, lo cual le dejó tiempo suficiente para concentrarse en su mudanza sin interrupciones. Cuando terminó, dejó las maletas junto a la puerta. Todo estaba listo. En ese preciso momento, Leticia regresó y abrió la puerta, encontrándose con las maletas apiladas. Una sensación de inquietud la invadió de inmediato, —¿Qué es esto? —preguntó con un tono lleno de sospecha. Vicente, algo sorprendido por lo temprano que ella había vuelto, fingió naturalidad al ver las maletas y, sin cambiar su expresión, improvisó una respuesta. —Hay muchas cosas que ya están viejas. Planeo deshacerme de ellas. Leticia lo observó, claramente desconfiada, pero decidió no insistir. Ella había regresado temprano ese día por otro motivo, y aunque intentó concentrarse, no pudo evitar que la ira y la inquietud se reflejaran en su tono. —¿Por qué me eliminaste de tus contactos? Vicente no esperaba que Leticia notara tan pronto que la había eliminado. Sin embargo, mantuvo la compostura. Rápidamente, sacó su celular, cerró sesión y, simulando sorpresa, respondió, —¡Vaya! Parece que mi cuenta se desconectó sola. Con Leticia observando cada movimiento, Vicente volvió a iniciar sesión y, con una expresión de disculpa, dijo, —Quizá ese sea el motivo. Mi cuenta fue hackeada y seguramente por eso te borraron. Tal vez porque su actuación era demasiado evidente, o tal vez porque ella había notado su comportamiento extraño en los últimos días, Leticia no creyó del todo en la excusa de Vicente. —Entonces agrégame de nuevo ahora mismo, y lo haces delante de mí. —dijo firme, sin moverse de donde estaba, enfrentándolo con determinación. Vicente no tuvo más remedio que levantar su celular y apuntarlo al código QR que ella le mostraba. Sin embargo, antes de que pudiera completar la acción, el celular de Leticia empezó a sonar. En la pantalla apareció un nombre: Perico. Al verlo, Vicente bajó su móvil casi de inmediato. Leticia contestó la llamada, y aunque Vicente no escuchó lo que decían del otro lado, notó un cambio en su expresión, como si algo le preocupara profundamente. —Perico, no te preocupes, voy para allá enseguida. —dijo antes de colgar. Acto seguido, dio media vuelta y salió de nuevo por la puerta, dejando a Vicente solo. Él permaneció impasible, cerró la pantalla de añadir contactos y, justo cuando estaba por guardar su celular, una notificación apareció en la pantalla. Era una tendencia en redes sociales: #PedroGonzálezCopiador. Pedro González, o mejor conocido como Pedro, había ganado mucha fama en los últimos años como un diseñador de joyas emergente. Su éxito comenzó al ganar un prestigioso concurso nacional, donde su colección destacó por su originalidad. Sin embargo, la noticia que ahora ocupaba los titulares era devastadora: habían descubierto que su colección ganadora era un plagio. Lo más irónico de todo era que la colección plagiada pertenecía nada menos que a Vicente. No era de extrañar que Pedro llamara tan desesperado a Leticia. Ella no solo era su exnovia, sino también abogada. Probablemente esperaba que lo ayudara a salir del problema lo más rápido posible. Pero en el mundo del diseño, el plagio era un pecado mortal, un camino sin retorno. Pedro había cavado su propia tumba. Vicente dejó escapar un leve suspiro, como si todo aquello no tuviera nada que ver con él. Con calma, abrió la aplicación de compra de boletos y reservó un vuelo a Londres para el día siguiente. Todo estaba listo; solo quedaba esperar. A la mañana siguiente, Leticia regresó. Parecía agotada y preocupada, pero cuando vio a Vicente desayunando tranquilamente, titubeó unos segundos antes de decidirse a hablar. —Chente, los bocetos que Perico publicó hace unos días fueron señalados como plagio. Revisé los originales y son los del True Love Series, los que subiste a Instagram hace cinco años. Ahora él ya emitió una declaración diciendo que no fue plagio, sino una colaboración contigo. ¿Podrías iniciar sesión en Instagram y compartir su declaración para ayudarlo esta vez? —preguntó Leticia, con un tono que intentaba sonar razonable. Vicente se quedó en silencio unos segundos. Recordaba bien aquellos días de hace cinco años, cuando decidió dejar el diseño de joyas. Pasó varias noches sin dormir para dar un cierre perfecto al True Love Series, una colección que había creado inspirado en su relación con Leticia. Cuando ella le preguntó en ese entonces por qué abandonaba algo que amaba tanto, su respuesta fue sencilla. —Porque mi carrera no es más importante que tú. El True Love Series fue la primera colección que lanzó después de empezar su relación con ella y también fue la última. Terminarla representaba cerrar un capítulo significativo en su vida. Ahora, Leticia, quien conocía el enorme significado emocional que tenía esa colección para él, estaba pidiéndole que ayudara a Pedro, el mismo que había robado su diseño. ¿De verdad quería que la víctima defendiera al ladrón? Vicente no pudo evitar reírse. Había algo irónico en la situación, y esa risa se escapó antes de que pudiera contenerla. Miró a Leticia y, con una calma inquietante, le preguntó, —¿De verdad quieres que lo haga? Ella lo observó en silencio, pero la respuesta estaba en su mirada. Esperaba que él ayudara a Pedro. Sabía cuánto la amaba Vicente y estaba segura de que no sería capaz de negarle nada. Ante su mirada insistente, Vicente dejó escapar un leve suspiro, mientras ella, como para reforzar su punto, añadió. —Tú siempre quisiste ir a las islas Whitsunday, ¿verdad? Si haces la declaración, iremos juntos. ¿Qué te parece? Para demostrar su "compromiso", sacó su celular frente a él y compró dos boletos de avión con destino a Australia. Vicente no dijo nada, pero sus ojos mostraban una mezcla de incredulidad y resignación. Antes de que pudiera responder, el teléfono de Leticia sonó de nuevo. Esta vez era Pedro. —¡Leti! Alguien publicó mi dirección y ahora hay un montón de gente afuera de mi edificio. ¡Tengo miedo! —decía Pedro con la voz quebrada, al borde del llanto. Al escuchar eso, Leticia se alarmó. En cuestión de segundos, toda su atención estaba centrada en Pedro. Apenas tuvo tiempo para pedirle a Vicente que por favor compartiera la declaración antes de salir corriendo por la puerta. Vicente simplemente observó en silencio cómo la figura de Leticia desaparecía tras la puerta. No intentó detenerla. Con calma, terminó de desayunar, lavó los platos y ordenó la cocina, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Solo entonces tomó su celular, ese que había evitado usar durante tanto tiempo, y se conectó a Instagram después de cinco años. Entró a la publicación de Pedro, la que contenía su declaración de defensa, y la compartió con un mensaje de apenas las palabras: [No hubo colaboración, esto es plagio.] El texto era contundente, directo, y no dejaba espacio para interpretaciones. Vicente no esperaba ni deseaba ver las reacciones que aquello pudiera desatar. Para él, el capítulo estaba cerrado. Acto seguido, retiró la tarjeta SIM de su celular, la partió en dos con un movimiento firme y la arrojó al basurero. Sin dudarlo, se levantó, tomó su equipaje y dio un último vistazo al lugar que había sido su hogar durante cinco años. Sus ojos recorrieron cada rincón, no con nostalgia, sino con la certeza de que ese era el final de una etapa. Cerró la puerta detrás de él, bajó las escaleras y pidió un carro hasta el aeropuerto. Esta vez, no habría vuelta atrás. No habría más esperas, ni más sacrificios por nadie. Por primera vez en mucho tiempo, estaba eligiendo su propio camino, sin detenerse por nada ni por nadie.

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