Capítulo 4
El carro de Alejandro se detuvo frente a un restaurante para parejas.
Justo cuando los dos bajaron del auto y estaban a punto de entrar al restaurante, Raquel de repente sacó el celular que había guardado en su bolsillo y se lo entregó, —Tu celular, lo saqué por ti.
Alejandro asintió con un sonido apenas audible y, casi por instinto, echó un vistazo a la pantalla.
Unos segundos después, el aire a su alrededor se volvió denso, en un silencio absoluto.
Raquel sintió cómo su corazón empezaba a hundirse poco a poco, —¿Qué pasa? —preguntó, con un nudo en la garganta.
Guardando el celular con una expresión tranquila, Alejandro respondió, —La empresa tiene un problema de último minuto. Creo que no podré cenar contigo esta vez. Come tú sola, y la próxima vez yo te acompaño, ¿sí?
El corazón de Raquel cayó al vacío. Forzando una sonrisa, intentó decir, casi en un susurro, —¿Es tan importante? ¿No puedes dejarlo para otro día?
—Sí, es muy importante. —respondió él, y como si sintiera algo de culpa, la besó en la mejilla, —Raqui, la próxima vez seguro estaré contigo.
Dicho esto, se dio la vuelta y se fue sin mirar atrás.
Raquel observó cómo se alejaba.
Su figura desvaneciéndose poco a poco en la distancia.
Sintió cómo su corazón, que ya estaba cayendo.
Finalmente se hundió en lo más profundo.
Algunas horas después, tal como lo había esperado, vio la publicación de Ana en Instagram.
En su galería de nueve fotos había comida deliciosa, y fotos de su visita a un parque de atracciones.
En una de las imágenes, aparecía la mano de un hombre.
Ana no había hecho ningún esfuerzo por cortarla.
Nadie conocía mejor esa mano que ella.
Esa mano que había acariciado su rostro tantas veces, que la había abrazado firmemente, que había entrelazado sus dedos con los suyos en innumerables ocasiones.
Esa mano era un recordatorio constante.
Su novio de ocho años había rechazado su cita para ir al parque de atracciones con otra chica.
El silencio llenaba la habitación.
Raquel cerró los ojos. Tal vez, esta vez, debían tener una conversación seria.
Sin embargo, cayó la noche y Alejandro no regresó a casa.
En lugar de eso, recibió una llamada de uno de sus amigos.
—Raquel, Alejandro está en la pista de carreras, a punto de competir en una carrera peligrosa. Deberías venir y tratar de detenerlo.
La voz al otro lado de la línea estaba llena de urgencia. Raquel frunció el ceño y, con una expresión fría, salió rápidamente de casa.
Alejandro había jugado a las carreras antes, pero desde que estaban juntos, le había prometido a Raquel que valoraría su vida y no volvería a hacerlo.
Raquel llegó al circuito de carreras tan rápido como pudo.
Pero cuando llegó, ya era demasiado tarde. Alejandro ya estaba en la pista.
En las gradas, una multitud de personas observaba la carrera, y entre ellos, Ana estaba parada a un lado, con los ojos llenos de lágrimas.
Raquel agarró del brazo a una persona cercana, —¿Qué está pasando? ¿Por qué está compitiendo de repente?
El amigo de Alejandro lanzó una mirada a Ana, titubeando antes de responder.
Ana, entre sollozos, explicó, —Es mi culpa. Quería venir al circuito a ver las carreras. Ale me trajo, pero cuando un hombre me invitó a salir esta noche, él se negó y empezaron a competir...
Raquel lo entendió todo de inmediato.
Todo había sido para que ningún otro hombre pudiera invitar a Ana.
Por eso, aunque le había prometido a Raquel que nunca volvería a correr, lo había olvidado por completo.
Miró hacia la pista y vio el auto familiar. El sonido del motor la transportó a ocho años atrás.
Fue en ese mismo lugar donde ella había decidido abrirle su corazón y aceptó su confesión.
Ese año, Alejandro la llevó al circuito y, con una actitud desafiante, le levantó el mentón.
—Raquel, si gano la carrera superando a mi rival por dos vueltas, serás mi novia.
Raquel sabía que eso era prácticamente imposible, así que aceptó la apuesta sin dudarlo.
Sin embargo, Alejandro corrió como si no tuviera aprecio por su vida, y al final, debido a la velocidad, ganó la carrera... pero volcó y sufrió heridas graves.
Aquella vez, Alejandro estuvo al borde de la muerte.
Cuando lo vio en la cama del hospital, con todo el cuerpo cubierto de vendajes, él aún sostenía su mano con fuerza.
—Gané. Ahora eres mi novia.
Por ella, estaba dispuesto a arriesgar su vida.
Raquel no sabía exactamente cómo sentirse en ese momento.
Pero un pensamiento se le cruzó por la mente.
Tal vez, él era el indicado.
Siempre había sido una persona emocionalmente distante.
Y para confiar plenamente en alguien, necesitaba sentir un amor tan intenso que pudiera atravesar sus barreras.
Alejandro era ese hombre que estaba dispuesto a arriesgar su vida por estar con Raquel.
En aquel entonces, ¿cómo podría haber imaginado Raquel que un día él también estaría dispuesto a arriesgarlo todo por otra persona?
—¡Alejandro Fernández! ¿Estás loco? ¡Acelerar en este momento!
El grito furioso de uno de sus amigos sacó a Raquel de sus pensamientos.
Al levantar la vista, vio cómo el auto de Alejandro cruzaba la meta a toda velocidad, sin frenar en ningún momento, y finalmente se estrellaba de lleno contra la barrera de hierro.
¡Boom!
El carro volcó varios metros, y Ana soltó un grito de terror.
Por un instante, Raquel sintió que estaba reviviendo aquel accidente de hace ocho años.
...
En el hospital, Alejandro llegó inconsciente.
Su pierna izquierda estaba gravemente herida, y la mitad del cuerpo de Raquel estaba manchada con su sangre.
Ella lo observó con los ojos llenos de impotencia mientras lo llevaban de prisa a la sala de emergencias.
Dos horas después, Alejandro finalmente salió de peligro y lo trasladaron a una habitación.
Raquel permaneció junto a él toda la noche.
No sabía cuándo despertaría.
Al día siguiente, cuando uno de los amigos de Alejandro llegó, se encontró con la imagen de una Raquel agotada, con la ropa todavía cubierta de sangre. No pudo evitar sentir compasión.
Siempre tan impecable, tan hermosa. Nunca la había visto en un estado tan desaliñado.
—Raquel, deberías descansar un poco. Tómate una ducha. —le sugirió con suavidad.
Las manchas de sangre en su ropa ya estaban secas. Raquel asintió levemente, se levantó y salió de la habitación.
Sin embargo, no descansó. Simplemente pidió prestada una muda de ropa limpia a la enfermera, se duchó y se dispuso a regresar a la habitación.
Pero justo cuando llegó a la puerta, escuchó la voz enojada del amigo de Alejandro.
—¿Qué demonios te pasó ayer? ¿Te atreviste a jugarte la vida por Ana? Alejandro Fernández, no me vengas con excusas. ¿Qué significa todo esto con Ana?
Raquel apretó la manija de la puerta.
Sin embargo, no escuchó ninguna respuesta de Alejandro.
El amigo, visiblemente frustrado, continuó, —¿No eras tú el que decía que amabas a Raquel hasta la muerte? ¿Ahora qué clase de juego es este?
Esta vez, sí hubo una respuesta desde dentro.
La voz de Alejandro sonaba débil, un poco ronca.
Pero cada palabra fue como un golpe directo al corazón de Raquel.
—Ocho años... ya me cansé.
Raquel se quedó inmóvil, como si toda la sangre en su cuerpo se hubiera congelado de golpe.
A partir de ese momento, no escuchó nada más de lo que se dijo en la habitación.
Su mente estaba nublada, aturdida por esas cinco palabras que la golpearon como una tormenta.
Tal vez debería haber irrumpido en la habitación, exigirle una explicación a Alejandro.
Tal vez debería haber entrado llorando, causando un alboroto que dejara a todos sin palabras.
Pero quizás esa habría sido la Raquel de 20 años.
No la Raquel de 28 años.
Quizás, esa era la razón por la cual Alejandro se había cansado.
Incluso cuando su corazón estaba roto en mil pedazos, cuando sentía que todo su ser había sido aplastado, aún se esforzó por mantener su dignidad. Se dio la vuelta y salió de la habitación.
Sola, caminó fuera del hospital y regresó a casa.
Durante años, había buscado excusas para él, interpretando su frialdad como el resultado natural de una pasión que se había asentado en la tranquilidad. Había visto su trato especial hacia Ana como una muestra de cuidado fraternal...
Pero hoy, por fin, Alejandro había destrozado todas esas ilusiones.
Alejandro era alguien que siempre había perseguido la pasión.
Su amor nunca se estabilizaría en una calma duradera, solo cambiaría de objeto.
Si no era para ella, entonces era para alguien más emocionante, más nuevo.
Así que...
Su distanciamiento era simplemente porque se había cansado.
No quería casarse porque se había cansado.
Se había enamorado de otra persona porque se había cansado.
El mismo hombre que había insistido en conquistarla con todo su empeño hace ocho años, ahora estaba cansado de ella.
Primero dijo que la amaba, y ahora era él quien decía que ya no la amaba...
Raquel García, has sido el entretenimiento de alguien durante ocho años. ¡Qué ridículo!
Al llegar a casa, no hizo nada más que comenzar a empacar.
Después de vivir en ese lugar durante ocho años, tenía tantas cosas que no cabían en varias maletas.
Así que, en lugar de intentar llevárselas, Raquel selló todas sus pertenencias en grandes cajas y las tiró todas.
Como si quisiera deshacerse de esos ocho años ridículos de su vida.
El dolor en su pecho era insoportable, como si cada latido fuera a partirla en pedazos. Pero, aunque sintiera que su corazón se rompía, Raquel ya no estaba dispuesta a seguir fingiendo que todo estaba bien.
Finalmente, después de mirar su casa vacía, sin ningún rastro de su presencia, tomó su celular y escribió un último mensaje para Alejandro.
Dejó las llaves sobre la mesa y cerró la puerta con firmeza, para no volver jamás.
Afuera seguía lloviendo. El cielo estaba cubierto de una neblina gris, densa y opresiva.
No llevaba paraguas, no llamó a un auto, ni siquiera tenía un destino en mente. Simplemente caminaba, dejándose llevar por el ruido de la lluvia y el vacío que la envolvía.
Hasta que, de repente, un carro se detuvo frente a ella.