Capítulo 98
¡Ese sabor salado era sangre de ciervo!
No es de extrañar que Paula, al despedirse, le lanzara una mirada significativa.
Había mezclado sangre de ciervo en el licor de los Ocho Tesoros.
—Gabriela.— Algunos mechones de cabello caían desordenados sobre su frente, y sus ojos, similares a los de una bestia feroz, se clavaron en su presa. —La próxima vez que quieras hacer algo, solo dilo.
Justo cuando él iba a proceder, el teléfono sobre la mesa redonda blanca comenzó a vibrar.
Federico extendió la mano y colgó.
Pronto, volvieron a llamar.
Gabriela, con una voz suave y suplicante, dijo: —Señor Federico, por favor, conteste el teléfono.— Su rostro, tan delicado como una flor, permaneció serio mientras sus manos se apoyaban sobre el dobladillo de su falda, recargada en la silla.
Federico frunció sus delgados labios y, con una mano firme, tomó el teléfono, conteniéndose mientras permanecía de pie.
Miró el número, permaneció en silencio durante un buen rato.
Finalmente, entró a la
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