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Capítulo 7

El rascacielos se alzaba hasta el cielo, y Lucía no podía ver el final de su estructura. Tuvo que alzar tanto el cuello que sintió que casi se lo rompía. Nunca había estado en Grupo Nubes. Sabía que la familia Jiménez no podía competir con la familia Fernández. Pero al estar frente a ese enorme edificio y observar a los incontables empleados que entraban y salían, se dio cuenta de algo. No era solo que no pudieran competir, sino que no había comparación posible. La familia Jiménez, en su momento de esplendor, no había sido ni la sombra de lo que era la familia Fernández. Ahora, ni hablar de la decadencia en la que se encontraba. Había muchas empleadas, y hasta la recepcionista vestía un traje profesional y llevaba un maquillaje impecable. En un entorno así, no era de extrañar que Wálter despreciara a Lucía, una ama de casa. Sin embargo, ella había sido ama de casa por él. Lucía presionó ligeramente sus labios, una sensación indescriptible de vergüenza la hizo respirar con dificultad. Buscó un rincón y llamó a Tadeo. —Señora. —Asistente Tadeo, estoy abajo. ¿Podrías...? —Lucía no tenía intención de entrar; solo quería que Tadeo se lo entregara a Wálter. Pero antes de que pudiera terminar, Tadeo la interrumpió. —Estoy en una reunión. Voy a enviar a alguien a recibirla de inmediato. Lucía abrió la boca. —No, yo... La llamada se cortó, y ella se quedó atónita. En menos de dos minutos, el asistente de Tadeo salió, invitándola a subir con una actitud respetuosa. —Solo entregue esto a Wálter. No es necesario que suba —Lucía le extendió el archivo y el termo. —Señorita, no tenemos la autoridad para recibir documentos directamente destinados al presidente Wálter. Necesita entregarlos en persona. El asistente de Tadeo sonrió con una disculpa y la condujo hacia el interior de la empresa. Lucía no tuvo más remedio que seguirlo. — Oficina del presidente. Wálter, que acababa de terminar una reunión, tenía una expresión molesta, el entrecejo fruncido, y con las manos huesudas tiraba fuertemente de su corbata. —Presidente Wálter, la señora ha llegado —Tadeo entró y dejó un documento sobre su escritorio. Wálter se detuvo por un momento, sus cejas se relajaron un poco, y en sus ojos profundos brilló una leve burla. Ayer ella estaba tan obstinada, pero hoy ¿ya no ha venido a buscarlo a él directamente? No tenía intención de rechazarla, y sus dedos, apoyados en su barbilla, parecían pensar en algo. —¿Deberíamos posponer la reunión de dentro de diez minutos? —preguntó Tadeo. Wálter pensó por un momento antes de responder: —Pospóngala media hora. No importaba cómo, Lucía venía a pedirle perdón, pero no la perdonaría tan fácilmente. Era necesario darle una advertencia, para reducir su actitud presuntuosa, para evitar que cometiera el mismo error la próxima vez. Diez minutos no serían suficientes para eso. —Está bien —Tadeo inmediatamente sacó su teléfono y comenzó a notificar a los diferentes departamentos para posponer la reunión. Lucía había subido en un ascensor común acompañada por el asistente de Tadeo. Los pisos seguían siendo transitados por personas, lo que hizo que el trayecto tardara un poco más de lo esperado antes de llegar al último piso. —¿Está Wálter en su oficina? —preguntó ella. —El presidente Wálter ha estado especialmente ocupado últimamente. Las reuniones no paran, una tras otra. Según me dijo el asistente Tadeo, en estos días ha estado durmiendo y comiendo en la empresa. Incluso las noches las pasa en reuniones internacionales. Está tan ocupado y cansado... El asistente de Tadeo comenzó a hablar de cosas irrelevantes, sin responder realmente a la pregunta de Lucía. Sin embargo, Lucía se distrajo por sus palabras, y a medida que las escuchaba, frunció más el ceño. La salud de Wálter era delicada, especialmente su estómago, que se veía afectado por el trabajo y la falta de horarios para comer. —Llegamos —El asistente de Tadeo se detuvo—. Señorita, puede entrar sola, yo tengo que atender otros asuntos. Lucía volvió en sí, pero cuando miró hacia atrás, él ya se había ido. Frente a ella estaban dos puertas de madera maciza negra, y una atmósfera solemne la envolvía al instante. En su mente, Lucía imaginó a Wálter entrando y saliendo de esa oficina vestido con su traje, con una presencia imponente. Dejó los documentos en la mesa y se fue. No importaba lo que Wálter pudiera decir, no iba a escuchar nada de lo que pudiera herirla. Con esos pensamientos en mente, empujó la puerta y entró. El interior de la oficina tenía una decoración en tonos gris oscuro, como la misma personalidad de Wálter: distante, majestuoso, con una lujosa simplicidad que lo rodeaba. Una ventana panorámica cubría toda una pared, permitiendo que la luz del sol de la mañana inundara la oficina. El aire estaba impregnado con la ligera fragancia de Wálter, un aroma que se instalaba cerca de las fosas nasales de Lucía, trayendo consigo ciertos recuerdos inoportunos. Cuando estuvieron más cerca, en los momentos de intimidad, sus grandes manos cálidas la envolvían alrededor de la cintura. En ese instante, lo único que ella veía era su torso moreno, definido y musculoso. Era en esos momentos cuando realmente podía sentir la presencia de Wálter, percibiendo su olor, sintiendo su cercanía. La oficina estaba vacía, ni una sola persona, Wálter no estaba allí. En un instante, Lucía sintió como si su corazón hubiera sido arrancado, un vacío indescriptible la golpeó. ¿Estaba Wálter demasiado ocupado, o simplemente sabía que ella había llegado y no quería verla? Aunque ella no tenía intenciones de encontrarse con él, cuando se dio cuenta de que no lo vería... una ola de tristeza imposible de controlar la invadió. Permaneció en el centro de la oficina durante un largo rato, respirando profundamente para calmarse, y luego comenzó a caminar hacia su escritorio. Colocó el termo y el documento sobre el escritorio, pero su mirada, sin poder evitarlo, se desvió hacia una manga de un traje que colgaba del borde de la mesa. El saco estaba algo arrugado, con un leve olor a humo. Wálter tenía una obsesión por la limpieza, y aunque estuviera muy ocupado, siempre pedía a Tadeo que fuera a su casa a recoger ropa limpia. Lucía solía planchar toda su ropa de cambio, por si la necesitaba. Su mente aún dudaba si debía llevarse el saco para lavarlo, pero sus manos ya lo habían tomado. Al darse cuenta, el saco ya estaba colgado sobre su brazo, lista para llevárselo. Se sintió molesta consigo misma por esa acción instintiva y, cuando estaba a punto de devolverlo, de repente... La puerta de la oficina se abrió con brusquedad y, al escuchar el sonido, Lucía levantó la mirada. Brisa apareció con una camisa negra, dos botones desabrochados que dejaban ver su piel blanca y la parte superior de su pecho, algo que llamaba bastante la atención. Su falda corta, por encima de las rodillas, dejaba al descubierto unas piernas largas y delgadas, cubiertas por medias negras, una figura sensual y atractiva. Además, exudaba esa aura de mujer profesional que resultaba casi imposible de ignorar para un hombre. —¿Quién te dejó entrar? —Brisa caminó hacia ella, con una expresión de total indiferencia, y le arrebató el saco de las manos. Finalmente, su mirada se posó en el termo y el documento sobre el escritorio, y preguntó: —¿Eres la sirvienta de la familia Fernández? Lucía, que era bastante alta, estaba ligeramente por encima de Brisa, que usaba tacones de unos cinco o seis centímetros para alcanzar su altura. Al quedarse con las manos vacías, Lucía observó cómo Brisa le quitaba el saco, y su rostro se fue oscureciendo poco a poco. Al escuchar las palabras de Brisa, su incomodidad se intensificó. —No lo soy. Brisa, con una expresión de desdén, dijo: —No me importa quién seas, pero no vuelvas a entrar directamente a la oficina de Wálter, ni a tocar sus cosas. Con esas palabras, Brisa dio media vuelta y se dirigió a la sala de descanso. La puerta de la sala de descanso estaba abierta, y justo frente a ella, sobre la cama doble, todo estaba desordenado. La camisa blanca, los pantalones negros y un par de calzoncillos azules oscuros de un hombre estaban tirados al pie de la cama. Brisa recogió todo lo que pudo, metiéndolo en el baño, y luego comenzó a ordenar las sábanas en la cama. Bajo las sábanas, unas medias negras y un sujetador de leopardo aparecieron de repente, sorprendiendo a Lucía, quien detuvo su respiración. El color abandonó su rostro por completo. ¿De verdad Wálter está tan ocupado? ¿No tiene tiempo más bien para estar en la sala de descanso con Brisa, teniendo sexo? —¿Y tú qué haces aún aquí? —Brisa salió del baño y vio que Lucía no se había ido. Su expresión se tornó aún más desagradable. Lucía, sin poder soportar más, señaló el documento. —Este documento, tiene que entregarlo en mano a Wálter. —Dámelo a mí y ya está —Brisa la miró con una pizca de hostilidad. Esa Brisa era completamente distinta a la Brisa que Lucía había visto en la puerta del restaurante, donde se mostraba suave y coqueta ante Wálter. Aquí, en la oficina de Wálter, Brisa tenía una actitud de dueña, y eso hizo que Lucía se sintiera aún más reprimida. Lucía caminó hacia Brisa.

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