Capítulo 32
—Adrián, esta es la chica de la que te hablé, la que quiere cambiar de habitación. ¿Por qué no lo hablan ustedes dos?
La anciana dueña rompió el silencio, interrumpiendo el intercambio de miradas entre el hombre y yo.
Me acerqué y le dije:—Hola, me llamo Carmen. ¿Podríamos cambiar de habitación?
—No,—su negativa fue tan rápida y precisa como los movimientos que hizo mientras se lavaba la cabeza.
Las comisuras de mis labios se movieron un poco, y sentí una pizca de disgusto, junto con una creciente obstinación.—¿Por qué?
El hombre me echó un vistazo sin decir nada, colgó la toalla verde militar en su hombro y pasó directamente a mi lado.
Una sensación de frío, como el agua del grifo, me hizo estremecer sin razón aparente.
—Carmen, ¿verdad?—La anciana se acercó.—No te enojes, Adrián no es bueno con las chicas. Hablaré con él más tarde.
Yo también tengo mi carácter, así que, a propósito, hablé en voz alta:—No hace falta, no es que vaya a hacerme rica viviendo en esa habitación. Que la ocu
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