Capítulo 49
Todos se volvieron y vieron a un hombre vestido con un traje blanco ajustado de pie en medio del callejón.
El hombre era increíblemente guapo, con una expresión fría, manos en los bolsillos de sus pantalones y la punta del zapato apoyada sobre una piedra del tamaño de un huevo.
Cuando Ana lo vio, sintió una breve oleada de emoción en su interior.
Era Carlos.
Sin sus gafas, irradiaba un aire gélido.
Varios jóvenes de la calle se sintieron instintivamente intimidados, pero luego pensaron que solo era un tipo con traje y zapatos elegantes, actuando como si fuera importante.
—¿Quién diablos eres tú? ¿Por qué te metes en lo que no te importa? —gritó uno de los jóvenes delgados.
—Si no quieres morir, lárgate. —dijo Carlos fríamente.
—¡Maldito, estoy harto de vivir, atáquenlo! ¡Voy a cortar sus manos y dárselas a los perros!
Rubén, recuperándose del dolor, escupió y gritó.
Los otros jóvenes miraron con ojos llenos de malicia y sacaron sus armas. En esta área, nadie podía desafiar a su
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