Capítulo 30 No importa si me importa o no, tú ya estás sentada, ¿verdad?
Daniel había estado esperando frente al auto durante un buen rato, mirando ocasionalmente su reloj.
Estaba a punto de llamar otra vez a Angélica cuando la vio salir del ascensor.
Su vestido de color blanco lunar se ajustaba perfectamente a su figura esbelta, destacando su cintura delicada y su cuello alargado como el de un cisne.
El rostro sereno y hermoso de Angélica era un deleite, sus ojos eran suaves, su peinado exquisito, y unos mechones de cabello caían delicadamente a ambos lados de su rostro.
Daniel quedó asombrado por su belleza.
Había visto a Angélica en atuendos formales para el trabajo, en elegantes vestidos de noche y en ropa casual en casa.
Pero era la primera vez que la veía con ese tipo de vestido.
Era una belleza sin igual.
Sin embargo, rápidamente volvió en sí y, sonriendo, la elogió: —Te ves muy bien con ese vestido, pero ¿por qué no usaste el vestido de gala?
Angélica explicó: —Cuando estaba saliendo, accidentalmente choqué con la mesa y derramé jugo
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