Capítulo 50
Rosa se quedó sin palabras.
Pensó que por fin lo había convencido, pero todo en realidad fue en vano.
—¡Dices que la amas y aún así te acuestas con Susana! ¡¿Por qué no te mueres, maldito perro?! —golpeó la mesa presa de la furia. Si no fuera porque sabía que no podría ganarle en una pelea, ya habría estrellado el cenicero de cristal contra su cabeza.
Cipriano indignado se puso de pie. Los pedazos del acuerdo de divorcio que había destrozado cayeron de su regazo, esparciéndose por el suelo con un sonido seco y abrumador.
—Todo lo que ella vendió o quemó, lo recuperaré. ¡Incluido su amor! Vamos a reconciliarnos. ¡En esta vida, ella solo podrá estar conmigo!
Y con eso, se dio la vuelta y salió a paso largo del despacho.
Rosa tardó unos cuantos segundos en reaccionar, se levantó de golpe, corrió hasta la puerta y gritó: —¡Lo que acabas de romper era una copia! ¡No creas que con eso vas a evitar el divorcio! ¡Eso no sirve de nada! ¡Te lo digo, no sirve de nada!
¡Mal hombre!
¿Y justo ahora

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